Letras y Cuentos de mi Sangre: El cuentito de “Pirundín”

domingo, 6 de julio de 2008

El cuentito de “Pirundín”

En un país que se llama Alaska, donde la nieve en forma casi permanente cubre de un manto blanco los inmensos desiertos, hace muchos años vivía en una confortable choza de madera muy linda y bien construida un hombre que se llamaba Pirundín.
Cuentan aquellos que lo conocieron, que Pirundín era un hombre bueno que se dedicaba a comprar y vender cueros de animales salvajes de la zona, osos, lobos y algunas focas.
Su negocio le producía buena ganancia y así vivía feliz con su esposa y sus dos hijos de seis y siete años de edad. Ellos conocían muy bien el manejo de los trineos y la forma de conducir a los perros y se entretenían en cazar animales chicos, lobitos, ositos y algunas especies de aves que había en la región.
Como los chicos se hacían grandes era necesario mandarlos al colegio para que estudiaran y de esa forma llegaran un día a ser médicos, ingenieros, abogados. Por esa razón y como allí no había escuelas, Pirundín dispuso que la mamá con los niños fuera a vivir a la ciudad.
Como es lógico suponer, papá Pirundín al quedarse solo extrañaba mucho a los hijos y a su mujer, pero cada vez que podían o bien él iba a visitarlos o la mamá venía con los chicos a pasar unos días para hacerle compañía y encontrarse todos juntos y felices.
La compra venta de cueros le producía a Pirundín buenas ganancias. Él había nacido en esos lugares y no podía emprender otro negocio, esa era la razón por la que debía quedarse en ese lugar pero su familia vivía bien y en el período de vacaciones escolares todos estaban a su lado.
Los chicos se pasaban jugando con la nieve y hacían grandes muñecos que se endurecían como hielo y permanecían muchos días parados y duros como estatuas o como fantasmas.
En pleno invierno Pirundín estaba solo, toda su familia se había trasladado a la ciudad pues era período de clases y una tormenta muy grande de nieve y viento azotaba la choza de nuestro amigo, el fuego ardía en la gran estufa que había encendido Pirundín y éste se sentó en un cómodo sillón para calentar su cuerpo frente a las llamas y ahí se quedó dormido.
Soñó cosas muy lindas, recordó en el sueño a sus hijitos pequeños jugando con sus trineos, con sus perros, los vio correr de un lado para otro, vio en sueños que uno de ellos resbalaba y caía desde una alta cumbre pidiendo a gritos auxilio, auxilio. Despertó Pirundín sobresaltado, se frotó los ojos con sus grandes manos un tanto curtidas por la nieve y el frío y entonces volvió a escuchar nuevamente una voz que desde afuera pedía ¡socorro, socorro!
De un salto, lo mismo que lo haría un tigre, el hombre que habitaba en la nieve se encontraba delante de la puerta de su choza, en la mano izquierda sostenía su carabina y ya su puñal estaba colocado en su cintura; miró de un lado a otro y la voz que había pedido auxilia al ver a Pirundín volvió a gritar, aquí, aquí, por favor.
Una mujer joven con ademanes desesperados indicaba a cinco hambrientos y furiosos lobos que pretendían atacarla y devorarla al igual que a su pequeño bebé que cobijaba con fuerza oprimiéndolo contra su pecho.
No había tiempo que perder. Pirundín con la carabina en posición de tiro hizo dos disparos continuados dejando tendidos en el suelo y muertos a los dos lobos que estaban más cercanos a la mujer; otros dos lobos pretendieron escapar asustados por los estampidos del arma y al igual que los anteriores otras dos balas les dejaba tirados en el suelo heridos de muerte.
El hombre que como él está acostumbrado a luchar con las fieras y los peligros de esos lugares no perdió en nada su serenidad y fue en busca de la mujer y su hijo, pero no vio que a sus espaldas otro lobo se agazapaba esperando el momento propicio de atacarlo. Los gritos desesperados de la mujer se lo advirtieron: ¡cuidado atrás suyo! Sin perder la calma Pirundín levantó la carabina y observó entonces que una bala había trabado el cargador del arma, para provocar más al animal arrojó contra él su carabina pegándole sobre la cabeza y ya su puñal estaba aprisionado por su mano derecha. El animal golpeado se enfureció más aún y pretendió saltar sobre Pirundín quien con una rodilla en el suelo calculó el salto y lo dejó pasar por arriba suyo, abriéndole con el cuchillo de un solo tajo y de una puñalada tan larga como era la panza del animal. Flora, la mamá que milagrosamente había salvado su vida y la de su niño, no tenía palabras para agradecer a Pirundín lo que éste había hecho, y luego de comer algo en la cabaña del nuevo amigo siguió su camino sin temores ya, porque siempre, en todas partes y de distinta manera, podemos encontrar un amigo como nuestro amigo Pirundín.

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