Letras y Cuentos de mi Sangre: junio 2010

domingo, 20 de junio de 2010

Los hijos de Pirundín y el Milagro

Los hijos de Pirundín vivían siempre con el recuerdo de los años de su infancia, entre las charlas que ellos tenían y cuando hablaban con sus compañeros de colegio, siempre tocaban el tema de todo aquello que para sus pequeñas cabecitas no dejaba de ser una aventura.

Recordaban el nombre de los perros que ataban al trineo: Lobo, Gaucho, Júpiter, León y Colita que hacía punta de tiro con Piter, ellos eran sus amigos; con ellos habían corrido muchas veces juntos por medio de la nieve, con ellos habían afrontado juntos todos los peligros que la tierra cubierta de nieve esconde a cada paso.

En una noche de invierno en que la nieve caía en forma intensa como pequeños copos de algodón, los niños se acostaron temprano. Mamá había encendido un hermoso fuego en la chimenea y mientras les arreglaba la ropita de ellos la conversación de los tres se refería al hermoso recuerdo de papá Pirundín. Papá, aquel hombre cariñoso y bueno que sentía pasión por los peligros del desierto blanco, aquel padre que por haber nacido entre la nieve no conocía otra actividad más que la que había aprendido desde muy chico, cazar lobos, vender sus pieles y pasar las noches de frío interminablemente largas, escuchando tan solo el silbar del viento sobre el techo de su casa y pensar en sus hijos, en su mujer, en el futuro.

Los niños se durmieron. Mamá seguía con sus tareas de arreglar la ropa y tejía para papá Pirundín un grueso tapado de lana que estaba a punto de terminar y le llevarían en pocos días más pues cada quince días iban a visitarle y pasar dos o tres días en su compañía.

De repente el niño mayor se despertó al momento que pegaba un grito fuerte que asustó a mamá, contó entonces que había soñado que papá Pirundín estaba en peligro.
Mamá le conformó diciéndole que sólo había sido un sueño que no podía tener ningún sentido de realidad, el niño se volvió a dormir pero de allí en más su sueño fue intranquilo, se movía a cada rato y despertaba con bastante continuidad.

Al día siguiente los dos hermanitos salieron para el colegio como lo hacían todos los días, pero tan pronto en cuanto llegaron a la esquina de la casa, el niño mayor que tenía ya nueve años, contó a su hermanito de ocho años, el sueño que había tenido la noche anterior. Así fue como los dos se pusieron de acuerdo, decidieron ir a ver como estaba papá Pirundín, cualquier fuera el sacrificio que debieran realizar, para llegar hasta esos bastante lejanos sitios y con todos los riesgos inclusive de que tanto papá como mamá se disgustaran mucho y les pegaran una buena paliza.

Desde ya la aventura no era nada graciosa y menos aún fácil pese al gran conocimiento que ellos tenían de esos lugares. Fue así como treparon al cerro que separaba la ciudad del camino hacia el desierto y, al subir a la parte más alta sintiéndose más cerca del Cielo, más cerca de Dios, rezaron y pidieron que Dios no los dejara de proteger.

Dios no abandona a los bien intencionados, Dios no castiga ni a los que se equivocan ni a los que pecan, siempre que la conciencia del hombre lleve consigo la intención de realizar un bien para los demás y así los hermanitos, hijos de Pirundín, a poco de caminar en la superficie fría de la blanca nieve vieron que en la misma dirección que ellos llevaban, lejos aún, venía un trineo. Dios lo había dispuesto así u ese trineo que en poco rato estaba al lado de ellos pertenecía a la guardia de fronteras, gente que conocía a los niños y a Pirundín.

Cuando estos les contaron el sueño del hijo mayor y sus deseos de saber cómo estaba su papá, fueron invitados en forma inmediata a subir al trineo para llegar a la casa del padre.

No fue mucho lo que tardaron en llegar y sí fue muy grande la sorpresa que recibieron tan pronto entraron en la choza de Pirundín. Éste estaba en el suelo acostado sobre una alfombra de cuero de oso blanco que había frente al poco fuego ya que quedaba de la estufa; estaba casi congelado de frío, una pierna en la que había recibido un fuerte golpe no le permitía levantarse.

Cuando los guardias que llevaban a los chicos ayudaron a Pirundín a reponerse y, después que los niños habían removido las brasas de la estufa y colocado varios grandes troncos de madera, el fuego calentaba nuevamente la choza de papá. Éste contó lo que había ocurrido. Al caer la tarde como lo hacía todos los días había salido a recorrer y preparar las trampas para cazar a los lobos y una fuerte tormenta se desencadenó a su regreso, el trineo volcó y un fuerte golpe en la pierna y en la cabeza lo dejaron inconciente, como muerto, durante dos horas tirado sobre la nieve. Cuando pudo recuperar el conocimiento estaba casi helado, congelado y como pudo, más arrastrándose que de pie, enderezó el trineo y volvió a la choza, pero al llegar las fuerzas ya no lo sostenían y así llegó lo más cerca que pudo de la estufa que fue como lo habían encontrado.

Sin lugar a dudas, el ángel guardián del nene de Pirundín le había llevado un mensaje de Dios que lo recibió en un sueño, sin lugar a dudas de no mediar la decisión de los hermanitos de ir a ver a su papá, Pirundín habría muerto congelado por el frío y la soledad, pero Dios una vez más había realizado un milagro y con él los hermanitos hijos de nuestro buen amigo se transformaban en pequeños grandes héroes salvadores del propio padre, que ya entonces sólo había pensado que quizá era ese el momento final para su vida.

Cuando los niños regresaron llevados por el trineo de los guardias, mamá no supo cómo expresar su alegría y su orgullo por lo que sus hijos había realizado, los abrazó fuerte a los dos juntos y sólo pudo decirles gracias, ya no debo tener más miedo de nada pues mis niños ya actúan como hombres y así les dio un montó de besos a cada uno y les preparó la cena. Y ese día comieron perdices y a mí no me dieron porque no quisieron.

domingo, 13 de junio de 2010

¿Te o café?

El Club solía estar desierto. Unos pocos socios tradicionales coincidían ocasionalmente en el austero salón principal. Eso sí, se repartían las tareas. Uno, las actas de reunión; otro, el archivo y las cuentas. Compartían, sin saberlo, un número creciente de suspiros semanales. Y si, por casualidad, el destino los cruzaba en el pasillo, nacían discusiones colosales.

¿IDEALISMO o REALISMO?
El Realista... mejor no decirlo, ¿acaso no conocemos todos su argumento?
El Idealista acusaba al Realismo de "subjetivo" por el solo hecho de llevar la contraria, una forma como cualquier otra de pintar esa variedad desconcertante de grises.

¿EXPRESAR o CALLAR?
Estamos en ese Club particular donde el amante que se expresa corre el riesgo de hacer el ridículo, saltar al vacío, desbarrancarse o simplemente convertirse en víctima de un silencio demoledor.
-Callar -decía uno- es más digno. Demuestra madurez, autocontrol, incluso estrategia y dignidad.
-Expresar -decia el otro- es correr más allá del orgullo y la susceptibilidad.
Pensaba, con la inocencia de Lutero, "aunque mañana fuera el día del Juicio Final, igual plantaría hoy los manzanos..."

¿AMAR o SER AMADO?
Dos enamorados, dos tontos atontados... eso es la reciprocidad. En cambio, en el orden universal, siempre hay uno que ama y otro que se deja (o no) amar y entones al menos uno está cuerdo y el mundo sigue funcionando.

Tonterías... Burbujas, nubes que se evaporan apenas esbozadas entre las madejas perezosas de un atardecer cualquiera. Mientras, en el Club, persiste la eterna rutina del desencuentro.

¿TE o CAFE ?