Letras y Cuentos de mi Sangre: septiembre 2009

miércoles, 9 de septiembre de 2009

Metáforas para un buen lector

Horacio y Etelvina se amaban en secreto.
Una tarde de invierno descubrieron un valioso tesoro escondido en la oscuridad del ropero, un tesoro antiguo y maravilloso que hizo centellear sus miradas.
Horacio quiso ponerlo a salvo. Intuyendo cuánto le agradaría, Etelvina se procuró un cofre pequeño, lo bastante sólido para asegurar su inviolabilidad. Un cofre bonito para un tesoro aún más hermoso.
Lo cuidaron con esmero. Etelvina le entregó a Horacio una llave y guardó la suya celosamente. De común acuerdo, decidieron esconder allí sus cartas de amor, todas sus cartas. Eran felices.
Hasta que un día una nube tormentosa se posó sobre sus cabezas, sin darles tiempo a presentir el peligro. A partir de entonces, todo cambió.
Horacio y Etelvina pelearon como nunca antes, disgustados uno con el otro, sintiendo en los labios el venenoso sabor de la traición.
Pasó el tiempo. Ya no se hablaban.
Pese a todo, Etelvina continuó custodiando el tesoro. Si estaba de humor, lo pulía hasta sacarle brillo o lo acunaba al son de alguna bella melodía, recordando con nostalgia horas más dichosas. Él la dejaba hacer y, a su manera, seguía presente.
Pero entonces Etelvina supo que Horacio había entregado su llave a alguien más, alguien que ahora abría el cofre y revolvía sus cartas, puesto que el tesoro no le inspiraba más que vana curiosidad, apenas unos escasos segundos de atención. ¿Por qué…?
Etelvina sintió todo el peso de la amargura, quiso gritar y no pudo. Otras manos rebuscaban el secreto bordado en sus palabras, manos desprovistas de abnegación, manos sin amor.
Lloró apesadumbrada y su llanto inundó el paisaje. Entonces cerró el cofre por última vez, lo observó con tristeza y, sin pronunciar palabra, lo arrojó a las aguas. Flotó sólo un instante antes de hundirse para siempre entre remolinos de espuma.
Etelvina se fue lejos, abrazada a sus recuerdos. Horacio no ha vuelto a saber de ella.

MENTA